lunes, 21 de noviembre de 2011

Un món per estrenar


Un mundo por estrenar es el nombre del blog de mi sobrino Pau. Él ve así el mundo, por estrenar. Qué pequeños nos quedamos los mayores ante la visión rápida y fresca de Pau. La pulsión de lo nuevo que buscamos desesperadamente en amores, trabajos, estudios, viajes, noches, paseos matutinos. O hasta en los recuerdos. Pau no tiene muchos recuerdos, ahora mismo los está fabricando dibujando inexplicables monstruos, tocando la guitarra o, yo que sé, masacrando zombies en la play.

Yo sí tengo recuerdos. Y me codeo con otras gentes que también tienen recuerdos y que de ellos construyen algo a lo que llaman sabiduría. Ellos, nosotros, decimos que sabemos. Sabemos algunos de nosotros que, entre otras cosas, hay que cambiar el mundo. Sobretodo por lo que hemos vivido los últimos años.

Mi generación, me aproximo a los cuarenta, ya nacimos con lo de las guerras y la desigualdad, pero de lejos. Nos reímos de nuestros padres que nos explicaban no sé que historias de reales y de céntimos de peseta. Nos quedábamos absortos intentando imaginar al yayu con bata y pantunflas haciendo cola para empuñar un fusil en la plaza Catalunya. O a la yaya paseando por el mercado del extraperlo con la cartilla de racionamiento ya gastada. Y que todo esto era campo y que el Barça era un segundón maltratado por el régimen y que la Diagonal llevaba el nombre de a Avenida del Generalísimo.

Un extraño giro de la historia llamado transición, auspiciado por una futurista y ya doméstica tecnología cambió las cosas y, de una manera u otra, apareció algo que se llamaba política. Y con ella la ilusión, mucha ilusión. Y colores. Y fascistas de los del garrote vil maravillosamente aperturistas de pronto y comunistas de los que antes llevaban cuernos reconvertidos en bondadosos negociadores que sacrificaban la revolución para optar a clase política legal. Y opciones intermedias que habían encontrado el camino de la libertad y de reconciliación, de la que aún no se tenía noticia o mejor dicho era un jardín en el que era pronto para meterse. Sé que en éste párrafo es donde nos quedamos muchos y que la máquina de los recuerdos echa humo y que aquella transición, como buen germen, se convierte en el penalti del uy si lo hubiera pitado el árbitro. O la historia de cuarenta años del entierro de toda una república (con bandera y todo) tan participativa y moderna que si existiera ahora sería la más avanzada del mundo. Enterrada o arrinconada en el baúl del desván (el alzamiento debió situarla allí arriba) por la gracia de Dios. Pero sigamos.

En los años siguientes, la fiesta política fue tan pomposa, florida y pajaril que nos perdimos una sutileza: A dónde iba a parar el poder. Porque, efectivamente, daba la sensación de que todos los presidentes tenían la letra Z en su apellido (lástima no era la Ñ) y que además eran capaces de heroicos cambios que había que hacer por culpa de la herencia del otro que no sabe. Y, si me permitís el chiste, nos dejaron a todos ZZZZ mientras reculaban paulatina pero imparablemente ante el verdadero poder emergente: La economía. Una fuerza abstracta, creciente y encorbatada que se llevaba bien con todos porque fabricaba algo que nunca vimos: El dinero. Entonces, en algún momento la clase política comenzó a instruirnos acerca de algo realmente variable y omnipresente, ajeno pero doméstico. Laboral pero industrial. A todos los niveles. La economía. El precio de un café, impuesto sobre el valor añadido (¡olé!), facturas del gas, crecimiento económico, pisos a cincuenta millones, unión europea... Unión europea sin valores fijos, sólo el económico. Unión que llegaba o se nos escapaba de las manos y a la vez nos hacía pensar “se van a enterar estos americanos”. ¿Cuando dejó de ser usted comunista? Le preguntaron a Josep Piqué un día. A lo que éste respondió genialmente: Cuando estudié economía.

Hace menos de un año nació algo llamado Spanish Revolution. La gente salió a la calle. En Madrid, en Barcelona, en las demás capitales que se sumaron pronto. Aparecieron respresentantes en prácticamente todos los pueblos de España y también en Europa. Y en todo el mundo. Algo nuevo estaba pasando. Consignas miles que podrían resumirse en el estribillo del conjunto argentino La Bersuit Bergarabat “devolved al pueblo su generosidad” se oyeron y se oyen en concentraciones más o menos regulares. Se me ocurre que, si bien el movimiento está dotado de contenido social, la razón por la que no se ha constituido en partido político es porque no nace, no vive con vocación política como prioridad. Es más bien un “oiga no me robe” terco hasta el final.

Hay armas políticas, que se dice ahora, de lo más peregrinas. El terrorismo y el paro, por ejemplo son dos de las más reputadas y atómicas. Sólo con reflexionar un poco uno ve que ambas están pasadas de moda. Lo del terrorismo está en el final del camino desde ya hace años según dice todo el mundo... y lo del paro, sencillamente, no es tan grave como la desigual repartición económica. El paro es global, espectacular, demagogo en sí mismo, absurdo y necio. Si hay cosas que hacer, hay trabajo. El problema es que nadie puede pagarlo. El problema del paro es el problema del dinero, hablen con la gente que trabaja. No es que no llegue a fin de mes, es que deben más de lo que pueden pagar. Es la repartición económica y el empleo de la deuda como herramienta de extorsión social lo que nos ocupa. En mi opinión, y el cálculo es matemático, si desaparecieran las deudas, aparece el trabajo.

Hacer una revolución en un año es como querer hacer una paella en cinco minutos. En nuestro momento de la historia el capitalismo se está devorando a sí mismo. No sabemos cuánto tendremos que hacer, cuánto habrá que esperar o cuántas veces salir a la calle. Me atrevo a decir que veremos el cambio casi de golpe y que nuestro cometido ha de ser más reflexivo que de organización. A saber pensar. Sí, creo que nuestra obligación se limita a querer verlo llegar. A entenderlo y a querer que llegue.

En este punto de mi escrito mi sobrino Pau ya no debe estar leyendo esta sarta de aburridas ideas aldultas aunque debe estar mirando entre partida y partida esta lluviosa tarde de otoño pensando: A veure quan surt el sol d'un cop i puc seguir estrenant el món.