Un mundo por estrenar es el nombre del
blog de mi sobrino Pau. Él ve así el mundo, por estrenar. Qué
pequeños nos quedamos los mayores ante la visión rápida y fresca
de Pau. La pulsión de lo nuevo que buscamos desesperadamente en
amores, trabajos, estudios, viajes, noches, paseos matutinos. O
hasta en los recuerdos. Pau no tiene muchos recuerdos, ahora mismo
los está fabricando dibujando inexplicables monstruos, tocando la
guitarra o, yo que sé, masacrando zombies en la play.
Yo sí tengo recuerdos. Y me codeo con
otras gentes que también tienen recuerdos y que de ellos construyen
algo a lo que llaman sabiduría. Ellos, nosotros, decimos que
sabemos. Sabemos algunos de nosotros que, entre otras cosas, hay que
cambiar el mundo. Sobretodo por lo que hemos vivido los últimos años.
Mi generación, me aproximo a los
cuarenta, ya nacimos con lo de las guerras y la desigualdad, pero de
lejos. Nos reímos de nuestros padres que nos explicaban no sé que
historias de reales y de céntimos de peseta. Nos quedábamos
absortos intentando imaginar al yayu con bata y pantunflas haciendo cola para empuñar
un fusil en la plaza Catalunya. O a la yaya paseando por el mercado
del extraperlo con la cartilla de racionamiento ya gastada. Y que
todo esto era campo y que el Barça era un segundón maltratado por
el régimen y que la Diagonal llevaba el nombre de a Avenida del
Generalísimo.
Un extraño giro de la historia llamado
transición, auspiciado por una futurista y ya doméstica tecnología
cambió las cosas y, de una manera u otra, apareció algo que se
llamaba política. Y con ella la ilusión, mucha ilusión. Y colores.
Y fascistas de los del garrote vil maravillosamente aperturistas de
pronto y comunistas de los que antes llevaban cuernos reconvertidos
en bondadosos negociadores que sacrificaban la revolución para optar
a clase política legal. Y opciones intermedias que habían
encontrado el camino de la libertad y de reconciliación, de la que
aún no se tenía noticia o mejor dicho era un jardín en el que era
pronto para meterse. Sé que en éste párrafo es donde nos quedamos
muchos y que la máquina de los recuerdos echa humo y que aquella
transición, como buen germen, se convierte en el penalti del uy si lo
hubiera pitado el árbitro. O la historia de cuarenta años del
entierro de toda una república (con bandera y todo) tan
participativa y moderna que si existiera ahora sería la más
avanzada del mundo. Enterrada o arrinconada en el baúl del desván (el
alzamiento debió situarla allí arriba) por la gracia de Dios. Pero
sigamos.
En los años siguientes, la fiesta
política fue tan pomposa, florida y pajaril que nos perdimos una
sutileza: A dónde iba a parar el poder. Porque, efectivamente, daba
la sensación de que todos los presidentes tenían la letra Z en su
apellido (lástima no era la Ñ) y que además eran capaces de
heroicos cambios que había que hacer por culpa de la herencia del otro que no
sabe. Y, si me permitís el chiste, nos dejaron a todos ZZZZ
mientras reculaban paulatina pero imparablemente ante el verdadero
poder emergente: La economía. Una fuerza abstracta, creciente y
encorbatada que se llevaba bien con todos porque fabricaba algo que
nunca vimos: El dinero. Entonces, en algún momento la clase política
comenzó a instruirnos acerca de algo realmente variable y omnipresente, ajeno pero doméstico. Laboral pero industrial. A todos
los niveles. La economía. El precio de un café, impuesto sobre el valor añadido (¡olé!), facturas del gas, crecimiento
económico, pisos a cincuenta millones, unión europea... Unión
europea sin valores fijos, sólo el económico. Unión que llegaba o se nos escapaba de
las manos y a la vez nos hacía pensar “se van a enterar estos
americanos”. ¿Cuando dejó de ser usted comunista? Le
preguntaron a Josep Piqué un día. A lo que éste respondió
genialmente: Cuando estudié economía.
Hace menos de un año nació algo
llamado Spanish Revolution. La gente salió a la calle. En Madrid, en
Barcelona, en las demás capitales que se sumaron pronto. Aparecieron
respresentantes en prácticamente todos los pueblos de España y
también en Europa. Y en todo el mundo. Algo nuevo estaba pasando.
Consignas miles que podrían resumirse en el estribillo del conjunto
argentino La Bersuit Bergarabat “devolved al pueblo su
generosidad” se oyeron y se oyen en concentraciones más o menos
regulares. Se me ocurre que, si bien el movimiento está dotado de
contenido social, la razón por la que no se ha constituido en
partido político es porque no nace, no vive con vocación política
como prioridad. Es más bien un “oiga no me robe” terco hasta el
final.
Hay armas políticas, que se dice
ahora, de lo más peregrinas. El terrorismo y el paro, por ejemplo
son dos de las más reputadas y atómicas. Sólo con reflexionar un
poco uno ve que ambas están pasadas de moda. Lo del terrorismo está
en el final del camino desde ya hace años según dice todo el mundo... y lo del paro, sencillamente,
no es tan grave como la desigual repartición económica. El paro es
global, espectacular, demagogo en sí mismo, absurdo y necio. Si
hay cosas que hacer, hay trabajo. El problema es que nadie puede
pagarlo. El problema del paro es el problema del dinero, hablen con
la gente que trabaja. No es que no llegue a fin de mes, es que deben más
de lo que pueden pagar. Es la repartición económica y el empleo de la deuda como
herramienta de extorsión social lo que nos ocupa. En mi opinión, y
el cálculo es matemático, si desaparecieran las deudas, aparece
el trabajo.
Hacer una revolución en un año es
como querer hacer una paella en cinco minutos. En nuestro momento de
la historia el capitalismo se está devorando a sí mismo. No sabemos
cuánto tendremos que hacer, cuánto habrá que esperar o cuántas
veces salir a la calle. Me atrevo a decir que veremos el cambio casi
de golpe y que nuestro cometido ha de ser más reflexivo que de organización. A saber pensar. Sí, creo que nuestra obligación se limita a querer
verlo llegar. A entenderlo y a querer que llegue.
En este punto de mi escrito mi sobrino
Pau ya no debe estar leyendo esta sarta de aburridas ideas aldultas
aunque debe estar mirando entre partida y partida esta lluviosa tarde
de otoño pensando: A veure quan surt el sol d'un cop i puc seguir
estrenant el món.
¡Cuánta razón!! Me ha encantado la forma de escribirlo ;-)
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSuprimo el comentario anterior, te pongo lo mismo ("Si es que eres bueno, coño... Cuánta pequeña perlita de sabiduría de calle (la que a mí me gusta), ahí condensada...") y te informo de que te comparto en facebook.
ResponderEliminarAbrazo!
¡Cuánta sandez, amigo! Como soy mayor que tú, mis sandeces son mayores aún, pero me da pereza escribirlas y en cualquier caso mi casposo comentario sería efímero, como las moscas. Ahora quizá me apunte al twitter y derroque algún dictador.
ResponderEliminarLos ricos también lloran.
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